lunes, 31 de octubre de 2016

"Iluminaciones", un poema de "Vértices"


Vértices ya es una realidad. Para celebrarlo, os dejo el poema que lo abre, "Iluminaciones", entre cuyos hilos aparece un homenaje a todas esas personas anónimas que han luchado para que se haga justicia y el tren pare en Los Pedroches.



ILUMINACIONES

Una niña contempla el bosque.
Lo piensa más allá de los cercados
y los signos dispersos del otoño.
Busca la cicatriz metálica
que arranca las encinas de raíz,
la indiferencia horaria de los trenes
y la mirada opaca del viajero
que olvida su costumbre de insistencia y extrañeza.
La niña es dignidad. Es exigencia.
Pide que los vagones paren unos minutos
en una tierra ajena a los raíles,
donde solo se detiene el olvido,
rebosa el cielo de banderas rojas
y construye estaciones-isla.

Bajo sus pies, sentado en una roca, hay un hombre.

Él es la propia piedra sobre la que la niña se descalza y se aúpa.
Acumula intemperies,
pero se siente el árbol báltico
que sostiene los nueve mundos en equilibrio,
y retorna a la memoria y a los sueños
para poner los ojos en este bosque abstracto
y sentir el consuelo
de la belleza momentánea.

Los dos desaparecen con el sol.
La noche los absorbe y los disuelve.
Unánime.
Me asombra el modo en que la oscuridad
se convierte en paisaje sin límites
y un río de alquitrán y luces
se adentra entre los árboles.
                                             Y los enciende y apaga.
Establece la espera sus fronteras.
Escondidas y frágiles.
Y trama un orden para lo contiguo.

Las efímeras iluminaciones
ocultan la ventana desde la cual otro hombre
inventa el punto en que se encuentran hija y padre.


Como dije en Facebook, no podían ser otras las manos que abriesen la caja y tocasen el libro con el que se hace realidad un sueño, pues todo Vértices es de Blanca y Marta.

sábado, 29 de octubre de 2016

Antonio Luis Ginés escribe sobre "El extraño escritor"

Antonio Luis Ginés escribe hoy en Cuadernos del Sur sobre El extraño escritor y otras devastaciones. Desde aquí mi más
sincera gratitud por sus generosas palabras.



Quizás más conocido por su vertiente poética, Francisco Onieva va trazando una base también en el terreno de la narrativa, en concreto en el relato, con este su segundo libro.
Hallamos un autor con piezas que nos invitan a pensar en una mirada más universal, quizás trazando una cierta distancia con el contenido y tono del anterior trabajo, desligándose de la raíz en cuanto puede anclarnos demasiado a un punto fijo. Por ello, desde el principio, hay un sentido de apertura ante el lector, de mostrar, en construcciones basadas no solo en el lenguaje, sino también en los detalles, cómo se van disponiendo en sitios estratégicos, con una intención, con un significante que implica también un cierto significado, dentro de una escena y un movimiento.
Para leer más pinchad aquí.

jueves, 27 de octubre de 2016

Villa Diodati, doscientos años de mito e historia



La historia de la literatura está salpicada de momentos capaces de provocar un cambio de paradigmas, generando una relación, en cierta medida, distinta entre autor, obra y lector, con la creación de nuevos géneros literarios o con una redefinición de los ya existentes. Es cierto que en tales coyunturas mito e historia se confunden -sobre todo, durante el período romántico y su programática intención de prestigiar la originalidad y la libertad creadora-, llegando, en ocasiones, a desenfocar a los protagonistas de las mismas, el propio hecho literario y el verdadero alcance de las apuestas creativas generadas. Con estas precauciones, obviamente, debemos acercarnos al encuentro que tuvo lugar en villa Diodati durante el atípico verano de 1816 entre Percy Bysshe Shelley, Lord Byron, Mary Wollstonecraft Godwin -más tarde Mary Shelley- y Polidori.
El 14 de mayo del año sin verano -como se conoce a 1816 por las frecuentes lluvias, las bajas temperaturas y la oscuridad del cielo de Europa, originada por una densa nube de ceniza, efecto de la erupción del volcán Tambora, en Indonesia, que desencadenó un tsunami en Bali, inundó amplias regiones de China y provocó más de 24 000 muertes-, Percy Bysshe y Mary llegaron a Ginebra, al Hotel d´Anglaterre, a orillas del lago Leman, llevando consigo a su hijo de cuatro meses, enfermo, y a Jane Clairmont, más conocida como Claire, hermanastra de Mary. La intención de la controvertida pareja era conocer a Lord Byron, con quien esta última, además de una intensa relación epistolar en la que le hablaba de algunos poemas escritos, cómo no, a la luz de una vela, había mantenido un par de encuentros, fruto de los cuales quedó embarazada.
Pero más allá de esta primera intención, la pareja intentaba huir por segunda vez –ya lo hizo en 1814, pero la falta de dinero los obligó a volver antes de los dos meses- de las rígidas normas morales de la sociedad victoriana, que rechazaba su relación adúltera –incluido el padre de la propia joven, William Godwin, quien tanto había pregonado en los salones prerrománticos su oposición al rígido y obsoleto código moral inglés, llegando a afirmar, aunque luego se retractase, que el matrimonio era un monopolio represivo-. Durante el viaje se agudizaron las crisis y las visiones que sufría Mary, cuya frágil salud se había resquebrajado en los meses previos debido a la muerte de su primera hija. Este terrible suceso se funde con la imagen de su madre, que murió al darle a luz, convirtiéndose en una misma obsesión que la arrastra a una depresión profunda, agudizada por la obligada resignación mostrada ante la felicidad de Percy Bysshe por el nacimiento de un hijo con su mujer legítima, a la que el poeta regresa con relativa frecuencia, por los coqueteos del poeta con Claire, por la controvertida relación que ella mantiene con Hogg e, incluso, por los problemas económicos que atraviesa la pareja.
Lord Byron llegaría al mismo hotel el 25 de mayo, acompañado de su secretario y médico personal John William Polidori, quien también soñaba con ser poeta, aunque Byron ridiculizase su impericia y su carácter sumiso y pusilánime. Atraído por una naturaleza abrupta y primigenia, Byron buscó otro alojamiento que le hiciese entrar en comunión con el territorio y encontró Villa Diodati, por la que se sintió atraído, en gran medida, debido al equivocado relato de un campesino según el cual John Milton vivió en ella. Por su parte, Percy Bysshe, Mary y Claire se instalaron en una finca cercana, aunque pasarían la mayor parte del tiempo en Diodati.
De todas las veladas que compartió el grupo, sobre la que más se ha escrito y fantaseado es la del 16 de junio. Una gran tormenta hizo que aquella noche todos se quedasen en la mansión, al calor de la chimenea. Durante la cena, Shelley y Byron hablaban de Wordsworth y Coleridge, que frecuentaban la casa de Mary cuando esta era una niña; de los experimentos de Erasmus Darwin, de quien decían que es capaz de revivir anfibios muertos; de los fluidos vitales; de la sangre; de la electricidad recién descubierta por Benjamin Franklin; de las investigaciones con cadáveres del doctor Dippel en el castillo de Frankenstein… De vez en cuando, Polidori intentaba aportar algo de cordura a los interminables circunloquios, aunque los poetas, ebrios de su propia verborrea, no le prestasen atención. Mary escuchaba en silencio, mientras su hermanastra estaba bajo los efectos del alcohol y el opio.
En un momento determinado, y para amenizar la reunión, Byron le pidió a Polidori que trajese un libro. Este escogió un volumen de cuentos de terror alemanes traducidos al francés que llevaba por título Phantasmagoriana. Byron declamaba a la luz de los rayos que cruzaban los ventanales rotos. Al terminar la lectura, les propuso a los presentes un juego: la creación de una historia de terror que, luego, cada uno le contaría al resto. Todos aceptaron la propuesta. Pese a todo lo que se ha mitificado este momento, del envite no nació ninguna obra digna de formar parte de la literatura universal. Byron tan solo consiguió escribir unos versos que, más tarde, aprovecharía para un poema; Shelley inició un relato sobre un fantasma creado a partir de cenizas; Claire, ante la imposibilidad de inventar, decidió abandonar el juego… Curiosamente, serían los dos actores secundarios, Polidori y Mary, los únicos que escribirían algo que encerrase un mínimo interés. Y, como es obvio, no lo hicieron esa noche. El primero adaptó, un par de días después, un cuento de Byron titulado “El entierro”. La segunda, cuyas alucinaciones se intensificaron con el ambiente de la casa y el opio, sufrió un extraño sueño en el que un hombre intentaba traer a la vida a un cadáver, utilizando para ello la ciencia. Excitada, creyó ver los ojos amarillos de un muerto que la espiaba. Al despertarse sobresaltada, comprobó que era un efecto óptico provocado por la luna al entrar por la ventana de la habitación. A la mañana siguiente, le contó el sueño a su marido, quien la animó para que continuase la historia. Lo mismo hizo Byron, impactado por el relato. El fruto de esta visión fue un relato titulado “El sueño”.
Ambas historias no son, obviamente, Frankenstein ni El vampiro, pero servirán de base a estos dos libros clave de la literatura fantástica y de terror que, además, en el caso de la novela de Mary Shelley inaugura el género de la ciencia ficción. Sin embargo, la mitomanía romántica, en su sacralización de la individualidad, del genio, de la inspiración y de la libertad creativa, ha preferido transmitir la idea de que ambas obras se gestaron aquella noche.
De hecho no sería hasta finales de 1816 cuando Mary terminase su novela: Frankenstein o el moderno Prometeo, que vería la luz, de manera anónima, en enero de 1818. La escritora aún no había cumplido los 21 años, pero ya había sufrido la muerte de tres hijos –y aún tendrá otro más-. Por su parte, El vampiro no se publicó hasta 1819, y lo hizo sin la autorización ni el conocimiento de su autor; es más, en un primer momento fue atribuida a Byron, quien no se dio prisa en desmentir tal error, a sabiendas de la valía de la obra; no en vano, el propio Goethe llegó a considerar que esta narración era lo mejor que había escrito el poeta inglés.
Para hacer crecer más aún el mito, todos los hombres murieron bastante jóvenes, en el transcurso de los ocho años siguientes al encuentro. Polidori no había cumplido los 26 cuando, acuciado por las deudas del juego y sumido en una profunda depresión, puso fin a su vida con ácido prúsico, inventado precisamente por el doctor Dippel; Byron murió a los 36 años en la guerra por la independencia de Grecia, y Shelley durante una aventura acuática en la bahía de La Spezia, antes de cumplir los 30.
Serán las dos mujeres, Claire y Mary las que tengan una existencia más longeva. La muerte de su amado sumirá en la depresión a la creadora de Frankenstein, que seguirá sufriendo pesadillas, al tiempo que un tumor maligno se enraizará en la parte trasera de su cerebro, dejándola inválida a los cuarenta y ocho años. Consagrada a publicar la obra de Percy Bysshe, malvivió en la pobreza como escritora profesional hasta que una mañana encuentran su cadáver en el escritorio, junto a un trozo del cabello de su difunto esposo y una copia del poema Adonais, dedicado a la muerte de Keats. Un final arquetípicamente romántico.
Diodati, la cuna del monstruo, editado con mimo y buen gusto por Susana Noedas, nace de la conversación cómplice de Francisco Javier Guerrero y Ángel Olgoso con la intención de conmemorar  el bicentenario de este mítico encuentro a orillas del lago Leman. El atractivo volumen fusiona la palabra con la imagen, no solo desde la sobria y sugerente cubierta de Lola Castillo sino también con un planteamiento que alterna textos de diversa índole, aunque nacidos de una idea común, con distintas ilustraciones a cargo de Norberto Fuentes, Soledad Velasco, Lola Castillo, Carlos Arrabal y Anamusma. El conjunto se ensambla, a pesar de su heterogeneidad, con cierta armonía, como una acertada pieza musical: se divide en dos actos, compuestos cada uno por ocho textos y cuatro ilustraciones, además de un “Interludio”, formado por un texto y una ilustración.
En el primer acto, que da título al volumen, se combinan una personalísima aproximación del maestro Olgoso a la dimensión vivencial al mito; una breve estampa puramente biográfica de Ana María Shua sobre Mary Shelley; un poema de Manuel Moya con Lord Byron como destinatario de la carta de una lectora; el cuento “Leche” de Óscar Esquivias, donde se conecta una anécdota biográfica de Polidori y Byron, que están a punto de morir ahogados, con un nacimiento; el relato de un sirviente de villa Diodati que deja la mansión, firmado por Carlos Guerrero; el tríptico poético de Marina Tapia, articulado en los tres momentos cruciales del nacimiento del monstruo: la invitación de Byron, la promesa de Shelley y la advertencia de la criatura; la fingida historia de un habitante de Villa Diodati que parte a Ginebra para cursar estudios de Teología, escrita con acierto Alfonso Cost, o la costumbrista recreación de la decadente sociedad burguesa que, bajo el título de “El invierno suizo de la señorita Shelley”, firma Miguel A. Zapata.
El breve ensayo “El Romanticismo: tormenta y rebelión”, de Inés Mendoza, sirve de interludio y su mayor interés radica en la defensa que hace del carácter revolucionario de los poetas satánicos ingleses y en la denuncia de que la crítica más conservadora ha intentado dulcificar sus apuestas éticas y estéticas inconformistas y radicales, desvirtuándolas, para hacernos llegar una imagen edulcorada de los protagonistas y obviando, interesadamente, la esencia crítica de su pensamiento y de sus obras.
El segundo acto, “El monstruo sigue vivo”, está compuesto por otros ocho textos en los  que se actualiza y revisa tanto la célebre reunión como sus consecuencias literarias. Se abre con “Otro año sin verano”, de Francisco Javier Guerrero, tejido en torno al misterio que genera el hallazgo de un manuscrito por parte de unos niños. Le sigue “El sueño de la razón”, uno de los cuentos que más me ha deslumbrado, de Francisco López Serrano, en el que se narra, en futuro, la historia de un escritor que llegará en avión a Ginebra para recibir un premio. Ricardo Reques firma “El secreto guardado en Ramsons Avenue”, donde al hilo de una traumática separación, un hombre se refugia en una extraña herencia. Manuel Vilas, por su parte, escribe el poema “Remando al viento”, en el que aborda las sensaciones experimentadas durante la proyección del film de Gonzalo Suárez ante sus alumnos. Le siguen dos de los mayores aciertos del volumen: “Agua oscura” de David Roas, un cuento en el que una persona, invitada para participar en los festejos del segundo centenario del encuentro en villa Diodati, contempla el lago Leman; y “Cierta noche de junio de 1969”, de Manuel Moyano, creado a partir de la pregunta de qué hubiese pasado si Polidori finalmente hubiese devuelto Phantasmagoriana a la estantería. Se cierra el libro con dos aportaciones completamente tangenciales: un relato fragmentado de María José Codes y un intenso poema de Raquel Lanseros.
Todo lo dicho hasta aquí no es nada más que las notas de lectura de un apasionado del romanticismo que creció con las historias y los versos de algunos de los creadores que se reunieron en villa Diodati hace ahora 200 años. Y estas palabras son mi humilde contribución a tal efeméride.

(Resumen de la presentación del libro Diodati, la cuna del monstruo, que tuvo lugar en Córdoba el pasado 14 de octubre)

miércoles, 19 de octubre de 2016

"El cajón de su ropa", en "Diez y cuento"

Con motivo del décimo aniversario del nacimiento de la Asociación Cultural Mucho Cuento, esta ha editado la antología Diez y cuento, en la que, tras un breve pero lúcido prólogo de Juan José Téllez, se recogen cuarenta cuentos de otros tantos autores que, de un modo u otro, mantienen cierta relación con dicha asociación. He aquí mi breve contribución, "El cajón de su ropa", perteneciente al libro El extraño escritor y otras devastaciones (Editorial Espuela de Plata, Sevilla, 2016).



EL CAJÓN DE SU ROPA


Después de más de medio año sin ir al cine, hemos quedado para ver la última de Almodóvar. Aunque a ella no le gusta, ha accedido, no sin antes mostrar cierta oposición. La película está a punto de empezar. La llamo para ver lo que le queda. El móvil se encuentra apagado o fuera de cobertura. De repente, noto que mi bolsillo vibra. Es ella. “Voy de camino. A última hora se me ha acumulado el trabajo. Para no variar.” Se ha especializado en llegar puntualmente tarde. “Entra y siéntate. En la fila 13, como siempre. En diez minutos estoy ahí.” Empieza la proyección. Aún no se han encontrado los protagonistas cuando noto en la nuca, como recién salidos de la nada, los fríos dedos de Lucía. Inmediatamente, e igual que si de una cuidada maniobra militar se tratase, me planta un beso en los labios. “Te quiero”, me dice. Le estrecho la mano. Una vez que encienden las luces, nos fundimos en la cola monótona que abandona la sala comentando el film. Nos encaminamos a un bar cercano para tomar algo. Es de pocas palabras. La miro como quien mira el mar desde la ventana abierta de un apartamento y sabe que lo que tiene delante existe porque él está enfrente. Volvemos a casa dando un paseo. Me sorprende. Pues no le gusta nada andar. Sirvo un par de copas de vino blanco de Rueda. La ocasión lo merece. Seducción. Elegancia. Frescor. Acidez final. Expresivo bouquet. Nos miramos y sin prisas nos desnudamos. Tenemos toda la noche. Caemos exhaustos y nos dormimos abrazados. Cuando me despierto, ella no está. Sin gafas, me levanto. Voy al baño. He desarrollado una habilidad especial  para no tropezar con lo que me rodea. Distingo y organizo de manera aleatoria la realidad por bultos y colores. Todo está recogido. Es una maniática del orden. Nunca deja nada por medio. Vuelvo a la cama. Me siento en el borde. El cajón de su ropa está abierto. Busco sobre la mesilla mis lentes. Al encontrarlas, la realidad me golpea en la boca del estómago. El interior está revuelto. Aún no he podido hacerme a la idea de que lleve un mes muerta. Intento ordenarlo, como si nada.

lunes, 17 de octubre de 2016

"Córdoba cuenta", en "Cuadernos del Sur"

El pasado sábado, después de un parón más largo de lo deseado, volvía Cuadernos del Sur. Las páginas centrales eran para "Córdoba cuenta", donde, al hilo del buen momento que atraviesa el género del cuento en Córdoba, se hace un recorrido diacrónico por el mismo antes de centrarse en los seis libros de cuentos publicados en el último año, entre los que se encuentra El extraño escritor y otras devastaciones, editado por Ediciones Espuela de Plata.


El cuento empieza a cobrar cada vez mayor protagonismo en la vida literaria cordobesa. Y esto no solo afecta al número, sino a la calidad de las publicaciones. De hecho, en la última convocatoria de los Premios Andalucía de la Crítica, dos de las obras finalistas eran de autores cordobeses: Teoría de lo imperfecto (La Isla de Siltolá, Sevilla), de Antonio Luis Ginés, y Trece de diciembre (Ánfora Nova, Rute), de Francisco de Paula Sánchez Zamorano. Pero es que además se publicaron cuatro obras de auténtico mérito: Los fantasmas nuestros de cada día (Ediciones en huida, Sevilla), de Fernando Molero Campos; Piernas fantásticas (Adeshoras, Madrid), de Ricardo Reques; El vigía (la Isla de Siltolá, Sevilla), de Diego Marín Galisteo, y El extraño escritor y otras devastaciones (Renacimiento, Sevilla), de Francisco Onieva. Una buena cosecha literaria que sitúa a Córdoba entre las provincias con mayor implantación del género. De estos seis autores, dos solo han escrito cuentos (Ricardo Reques y Diego Marín Galisteo); otro es autor de cuentos fundamentalmente, aunque de vez en cuando escriba alguna novela (Fernando Molero Campos); dos proceden del mundo de la poesía, aunque ya han escrito dos libros de relatos (Antonio Luis Ginés y Francisco Onieva); y el último (Francisco de Paula Sánchez Zamorano) es un jurista-escritor, presidente de la Audiencia Provincial de Córdoba, que lo mismo aborda la poesía que el artículo, la novela o el relato corto, del que ha escrito dos libros. Ninguno es, pues, primerizo en el género.
(Para seguir leyendo, pinchad aquí.)

domingo, 2 de octubre de 2016

Antonio J. Tamajón Flores


Con motivo de la jubilación de nuestro compañero y amigo Antonio Tamajón, Rosa Galeano me pidió unas breves líneas que fuesen parte de un emotivo "hasta luego" a un docente que siempre ha llevado el nombre del IES Antonio María  Calero con él. Un lujo tener compañeros de viaje como él. Os dejo mi sencilla aproximación:



De todas las palabras que me vienen a la cabeza a la hora de definir a Antonio Tamajón como docente, la que se me revela con mayor nitidez es "compromiso".  Antonio es un profesor comprometido con su instituto y, por ello, siempre ha tenido la obligación de cuidar la imagen del mismo, difundiendo la valía de múltiples miembros de la comunidad educativa y llevando el nombre del IES Antonio Mª Calero allá donde va. He tenido la suerte de compartir con él este mismo objetivo a lo largo de catorce años y unos días. Queda ahí un trabajo en equipo -varios blogs, la revista del centro, múltiples actos culturales, un puñado de vídeos en youtube, algún libro…- y una sincera gratitud por todo lo que me ha enseñado y por haberme ayudado a vencer una inexplicable timidez allá por el año 2006, cuando, a través de su incondicional altavoz, todo el centro supo que yo escribía.


(Publicado en http://mediosdecomunicacioniesamc.blogspot.com.es/2016/09/don-antonio-tamajon-bajo-la-mirada-de.html?m=1)