lunes, 6 de junio de 2016

Gratitud


De vez en cuando, la vida nos regala detalles inesperados. Y es su condición imprevista la que nos hace disfrutarlos de una manera singular, como una extraña amalgama de sorpresa, gratitud, alegría y responsabilidad.
Lejos de dejarse llevar por una vanidad disfrazada de falsa modestia, estos momentos contribuyen a que uno tome conciencia de sus limitaciones, sin que ello suponga olvidar los puntos fuertes. En este sentido, siempre me ha parecido más saludable mirar el trayecto que nos queda por recorrer que regocijarnos en lo transitado, pues cualquier reconocimiento siempre es relativo y no hace mejor ni peor la labor desempeñada.
El pasado jueves por la tarde, aprovechando que trabajaba en el CEP Luisa Revuelta de Córdoba, me acerqué a la sede temporal de la Real Academia para asistir, por primera vez, a una sesión privada de la misma y cumplir con el ritual de agradecer públicamente mi nombramiento como nuevo académico correspondiente tanto a las tres personas que presentaron mi candidatura -Antonio Cruz Casado, Manuel Gahete y María José Porro, y cito por orden alfabético- como a todas aquellas que depositaron la piedra blanca de la confianza y el reconocimiento.
En mi breve intervención destaqué que es un honor formar parte de esta bicentenaria institución, que es un orgullo que tres filólogos -todos ellos, además, docentes- me hayan propuesto  y que asumo la elección con la responsabilidad de no defraudar las expectativas de quienes valoran mi trabajo como investigador, como crítico y como escritor.  

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