viernes, 24 de octubre de 2014

Quitar la hojarasca


Claribel Alegría, escritora salvadoreña nacida en Nicaragua en 1924, publica Voces. Dueña de una voz singular, la poeta centroamericana continúa con la tarea de eliminación de la hojarasca del poema hasta conseguir, siguiendo a su maestro y mentor Juan Ramón Jiménez, una poesía depurada, en la que todo es verdad y síntesis. El resultado es un discurso afable, cercano, escrito con palabras sencillas y comprensibles, generador de toda una serie de sugerencias y potencialidades significativas capaces de atrapar al lector en la medida en que está abierto al otro y, por tanto, bucea en unas relaciones humanas basadas en intensos sentimientos.
En este nuevo poemario, un todo unitario compuesto por treinta y nueve poemas más o menos breves, la poeta ahonda, con un lirismo contenido y un humor suave, en el intimismo y plantea una personal reflexión acerca del mundo que la rodea y acerca de la propia existencia. Hay, pues, una interiorización de la vida por parte de un yo que se define como proyecto en marcha (“Mi camino soy yo / y con cierta frecuencia / mi alquimista.”).
Convencida de que vivir es un acto de amor, evita cualquier atisbo de tristeza o pesimismo. Los versos, por tanto, están llenos de vitalidad, y el conjunto es una celebración de estar vivo y de poder ajustar cuentas a tiempo.
 
Autora: Claribel Alegría
Título: Voces
Editorial: Visor
Año: 2014

(Publicado en Cuadernos del Sur, 18 de octubre de 2014, p. 7)

lunes, 20 de octubre de 2014

El uno diverso


Después de su aplaudido debut literario con Diario mundo (Calima, 2000), Adolfo Cueto (Madrid, 1969) ha guardado silencio durante una década, en la que, sin embargo, no ha dejado de escribir. Fruto de esta obra en marcha, “work in progress”, como él mismo hace notar en la portada interior, ha sido la aparición, de momento, de tres obras: Palabras subterráneas (Renacimiento, 2010), Dragados y construcciones (Visor, 2011; Premio Emilio Alarcos de Poesía) y el libro que nos ocupa, Diverso.es, cuyos textos están fechados entre 2009 y 2011, y que le ha valido el XL Premio de Poesía Ciudad de Burgos.
El presente volumen está cuidadosamente articulado en dos partes: “Túneles atravesados” –compuesta por doce poemas- y “A cielo abierto” –a su vez, subdividida en otras dos secciones: “Mar de cemento” y “Encuentros en la 3ª fase”, de cinco y doce poemas respectivamente-, precedidas por dos poemas que funcionan a modo de “Arranque” o prefacio y otro que cierra a manera de “Llegada” o epílogo.
La materia con la que recubre este armazón es el mundo fragmentado y, a la vez, globalizado, en el que transcurre la existencia de un yo poético diverso, hijo del mestizaje, y la relación dialógica establecida entre ambos: “Un mundo que se rompe / y nos muestra su grieta: / un mundo sin sonido, un mundo / fracturado”. Para ello, Cueto emplea una palabra capaz de sacudir con contundencia a partir de la precisión y la sencillez: “Un rumor progresivo, un temblor que nos coge / con lo puesto: una gran / sacudida de magnitud alta, que detiene / las horas, nos golpea / de nuevo, removidos por dentro.”
 
 
Autor: Adolfo Cueto
Título: Diverso.es
Editorial: Visor
Año: 2014

(Publicado en Cuadernos del Sur, 11 de octubre de 2014, p. 7)

miércoles, 15 de octubre de 2014

Una lluvia impura


Raúl Alonso rompe una década de silencio con la publicación de su cuarto poemario, Temporal de lo eterno (La Bella Varsovia, 2014), un libro escrito desde la sensación de provisionalidad y de extrañeza generada por el hecho de haber vivido diez años lejos de Córdoba. Terminado al regresar a su ciudad natal, los cincuenta y cinco poemas recogen, en palabras del propio Alonso, “todas las sensaciones, contemplaciones y experiencias de esta década de exilio”, entre ellas el paso de la juventud a la madurez y el desencanto ante la crisis espiritual y económica que sacude nuestros cimientos, aunque sin olvidar, en ningún momento, la indagación en los pilares espirituales del ser humano.
De este modo, son numerosas las conexiones, tanto temáticas como formales, con su producción anterior: el tono reflexivo y contemplativo, la sencillez expresiva, la sensualidad, cierto minimalismo, la concepción trascendente de la existencia, el sincretismo entre cristianismo y budismo, el gusto por las asonancias –distribuidas ya sea en estrofas como el romance endecha (“Todo me desasiste”), el romance heroico (“Agitaban pañuelos” o “En la laguna”), la cuarteta heptasilábica (“Y volaron los pájaros”) o el terceto (“Y enmudece” o “Aunque el amor es uno”), ya sea combinadas con una mayor libertad (“Doble orilla”, “Lisboa” o “El amado olvido”), pero casi siempre con una inclinación por rimar los versos pares (“Se viste de desierto” o “El temporal persiste”)-, la preferencia por un léxico de connotaciones apocalípticas, el deseo de conocer la realidad poliédrica e inabarcable, para lo que es necesaria una previa apertura al otro, que, por definición, ha de ser siempre diferente –una necesidad que se traduce en la exigencia de amarlo- o la concepción del poeta como un “bodhisattva”, un ser comprometido en la reducción del sufrimiento del ser humano convencido de que, para salvar la descomposición moral de la sociedad actual, hay que regenerar la interioridad del individuo.
Y es, precisamente, la constatación de tal ruina deontológica la que justifica un título que, aunque inspirado en la antitética oposición de San Juan de la Cruz entre los adjetivos “temporal” y “eterno”, adquiere un nuevo significado en virtud del valor metafórico presente en dos sustantivos que se derraman sobre todo el conjunto bajo la forma de una lluvia que ensucia y, al mismo tiempo, lava y salva al hombre, una lluvia que destruye y que crea una realidad nueva.

Autor: Raúl Alonso
Título: Temporal de lo eterno
Editorial: La Bella Varsovia
Año: 2014

(Publicado en Cuadernos del Sur, 11 de octubre de 2014, p. 6)

jueves, 9 de octubre de 2014

Fragmentar el discurso


Duermevela es el territorio fronterizo en el que confluyen realidad y ensoñación. Y es, precisamente, en ese estado efímero y frágil donde debe situarse el yo poético al explorar, a través de la palabra, su identidad mediante la interpretación de las señales ofrecidas por el fragmento de mundo que conforma su existencia y con las que él se topa más por azar que atendiendo a un plan de búsqueda preconcebido (“es mejor acercarse al papel sin planos ni estrategias, aguardar a que él mismo nos revele su secreto […] hasta que la mano empiece a derramarse”). La escritura, así pues, es una suerte de revelación que ha de dar testimonio de los cambios experimentados por un sujeto, para lo que debe profundizarse en los sueños y en los miedos. Y en esto, Eduardo García no se deja arrastrar por tópicos heredados del romanticismo y de las vanguardias y prefiere evitar la arquetípica oposición entre inspiración y trabajo, abogando por una suma de fuerzas. Las intuiciones existen, y es también labor del poeta trabajar con ellas –al igual que con la palabra- con conciencia de artesano, hasta crear, con paciencia y oficio, un artefacto misterioso y complejo capaz de generar una emoción en el lector.
Sobre estos principios, el poeta cordobés nacido en São Paulo articula su más reciente poemario, distinguido con el trigésimo quinto Premio Internacional de Poesía Ciudad Autónoma de Melilla, que supone la vuelta a las novedades de poesía seis años después de La vida nueva (Visor, 2008; premios Fray Luis de León y Nacional de la Crítica). Sin embargo, este lapso de tiempo no ha sido un erial; además del reciente libro de aforismos Las islas sumergidas (Cuadernos del Vigía, 2014), han aparecido tres antologías de su obra poética: Las acrobacias del deseo (2009), Casa en el árbol (2011) y Antología pessoal (2011), esta última en edición bilingüe español-portugués.
Los treinta y cuatro poemas que componen Duermevela, y que se distribuyen en cuatro secciones pretendidamente asimétricas (“Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” y “Pasadizos”) más un contundente poema introductorio de carácter metapoético titulado “La palabra”, suponen un ahondamiento en el “realismo visionario”, como el propio García se refiere a una apuesta poética, en la que, partiendo del mundo cotidiano y reconocible, se adentra en las intuiciones y en las ensoñaciones para explorar un territorio interior marcado por la fragmentariedad, por la incertidumbre y, como no puede ser menos en quien es hijo de su tiempo, por la anulación del concepto de futuro, dinamitado por un sistema productivo generador de desigualdades e injusticias sociales. De este modo quiebra el concepto de libro unitario y plantea un discurso fragmentario, como ya hizo en La vida nueva, aunque en esta ocasión dé un paso más.
Los poemas, por tanto, son escritos desde diversos puntos de vista y desde diversos registros, con la intención de reflejar el carácter poliédrico tanto del propio yo como de lo que lo rodea. Así, los que conforman “Encuentros” y “Rituales” tienen un marcado tono narrativo; la diferencia radica en que, mientras que en aquellos el foco de atención se centra en la realidad circundante –“Cuerpo de bruma”, “Eco”, “Canción de la espera” o “Mis manos”-, en estos se ahonda en la interioridad a partir de dicha realidad exterior para explorarla desde todos los ángulos posibles -“Albada”, “Ritual del periódico” o “Tiranía de la sombra”-. Por su parte, en la sección que da título al conjunto, el poeta transita, fiel a la intención de incorporar nuevos registros a su escritura, el poema breve, caracterizado por la aparente sencillez, por la desnudez y por la sugerencia de la palabra precisa. Entre estas once composiciones se encuentran aciertos dignos de recordar como “Pájaro y páramo”, “SOS” o “Clamor”, al cual pertenecen los siguientes versos: “Mas frente al hospital arde en los chopos / rebelión de los pájaros, clamor. / A orillas de la muerte / improvisa la tarde un arrecife”. En cambio, la última sección, de un carácter netamente visionario, está compuesta por seis poemas de largo aliento escritos en un versículo bastante musical heredado del 27, y que, por eso mismo, se articula a través de cadenas de heptasílabos y endecasílabos, fundamentalmente.
Se trata, en definitiva, de un poemario en el cual el autor se ofrece en toda su autenticidad, pues en la escritura “no hay reserva que valga, es preciso escribir con las manos tendidas al vacío, como un ciego se interna en la espesura”; por eso tiene que “precipitarse al pozo” consciente de que llegará a “escuchar solo el eco de una piedra”. Y es el eco que queda al cerrar el volumen lo que corrobora la afirmación que el poeta hace en el poema inicial: “con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al alcance del simple ilusionista, / todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay árbitro, ni campana que dé fin al combate, / el contrincante se aloja en nuestros huesos.”

Autor: Eduardo García
Título: Duermevela
Editorial: Visor
Año: 2014

(Publicado en Cuadernos del Sur, 4 de octubre de 2014, p. 6)