jueves, 9 de enero de 2014

Caligrafía de la lluvia


Pese a que para no pocos lectores sea más conocido como traductor, biógrafo, ensayista, antólogo, crítico literario, prosista, exdirector de las revistas Mercurio y El libro andaluz, exdirector literario de Paréntesis Editorial, columnista de El Mundo o bloguero, el sevillano Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) es dueño de una interesante trayectoria poética jalonada por el cuaderno Bajo otra luz (1986) y los libros Farewell to Poesy (Pre-Textos, 2002), El árbol de la vida (Colección Puerta del Mar, Diputación de Málaga, 2004), Lejos (La isla de Siltolá, 2011) y La lluvia, editado en la colección Calle del Aire de la editorial Renacimiento y que, según reza en el colofón, “se terminó de imprimir el día 21 de septiembre de 2013, CXI aniversario del nacimiento de Luis Cernuda”, poeta al que aparece inevitablemente unido el nombre de Rivero Taravillo, autor de los monumentales Luis Cernuda. Años españoles (1902-1938), XX Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, y Luis Cernuda. Años del exilio (1938-1963).
Desde el propio título, sencillo y sugerente, queda claro que el agua que cae se convierte en el eje que da unidad a los cincuenta y dos poemas y los articula en cuatro secciones. Las dos primeras, “Acuarelas” y “Lluvia de Oriente”, son las más breves y en ellas la palabra se adelgaza y roza la rotunda evanescencia propia del haiku o de la pieza breve de base impresionista. Esta lluvia (“un xilófono monótono […] sobre las tejas”) moja no solo el mundo sino también la mirada del hombre que contempla la fracción de existencia en que vive, y es, en sí misma, capaz de hacer germinar cualquier terreno, por hostil que este sea, con lo que el discurso se convierte en una celebración de la vida y, por ende, del amor (“somos dos amebas amándose / porque sí y por amor / antes de separarse en otras nuevas”). Sin embargo, y paradójicamente, en ella está también la memoria, la muerte y el dolor provocado por la ausencia (“Lluvia: / árbol genealógico de la vida, / empapadas dinastías / del recuerdo que vuelve” o “Todavía los cementerios / se aroman solitarios / ya lavada la cara / para el Día de los Difuntos”). Los recuerdos de la infancia (“Peleas de 1975”) y del pasado más reciente (“Desocupados”) se entrelazan y conforman los mimbres con que está tejida la tercera sección, “Aguafuertes”, en la que el poema, al tiempo que se hace más extenso, se tiñe de una sugestiva melancolía y de una aguda reflexión que, sobre todo en la última parte, “Sed”, adquiere cierto aire elegíaco capaz de esquivar el lamento a través de un sutil sentido del humor, necesario y fértil contrapunto.

En este nuevo poemario, el poeta, convencido de que la poesía debe nacer de la contemplación de los pequeños detalles cotidianos y de que el pensamiento es la herramienta necesaria para transformar la anécdota más trivial en materia literaria capaz de provocar una emoción en el lector, continúa apostando por el empleo de un lenguaje claro y preciso, de la ironía y de la metáfora imaginativa, fruto de una percepción fragmentaria de la realidad. El resultado es un conjunto bastante homogéneo en que Rivero Taravillo sabe evitar los lugares comunes y las palabras manoseadas, ofreciendo una poesía fresca que insinúa, y por tanto desvela, más de lo que muestra.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 21 de diciembre de 2013, p. 7)

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