miércoles, 27 de febrero de 2013

Lucian Blaga

 



POESÍA

Un relámpago palpita
en su fulgor
apenas lo que dura
su camino de la nube hasta el árbol
deseado, con el que se une.
Así la poesía.
Sola en su luz
dura ella cuanto dura
de la nube hasta el árbol
de mí hasta ti.

(de La piedra habla, traducción de Omar Lara y Gabriela Câprâroiu, Madrid, Visor, 2010 )

lunes, 25 de febrero de 2013

"Celador", de Antonio Luis Ginés



El último poemario de Antonio Luis Ginés, Celador, publicado en marzo de 2012 como número XXX de la colección Manantial, es un todo unitario formado por veinticinco poemas en los que el poeta cordobés nacido en Iznájar consigue, desde la experiencia personal de un trabajo temporal, convertir las urgencias en una descarnada metáfora de la existencia humana. La luz aséptica del hospital actúa como un caleidoscopio ucrónico (“no se distingue el día / de la noche, que va lenta / entre rostros demacrados / e ingresos que nunca llegan”) que le permite a la mirada curiosa y empática del sujeto descubrir la dimensión más dura del dolor y de la enfermedad, captados con la fina sensibilidad de quien busca en el distanciamiento (“quiero desaparecer, / no saber que sigo aquí, encerrado, / que no amanecerá / a tiempo”), bien sea a través de la aparente indiferencia (“un hombre que atraviesa / discreto, el dolor de los otros, sin detenerse. / Con los ojos abiertos, en el corazón / de los que nunca duermen.”) o de un trabajo físico duro en el almacén (“Almacén” o “Físico”), la posibilidad de alejarse “del dolor que recorre / los pasillos y las habitaciones, / en ese extraño vacío contra el que no se sabe luchar / y atraviesa las paredes / de amianto”. Esta es la única salida para admitir, sin que quiebre la salud mental, una realidad como la que a diario le pasa por delante de los ojos del yo poético:

"Sonrío,
todo con tal de no tratar con los enfermos, todo por no llevar camillas,
por no mover
la muerte
en semblantes apagados,
soportar a los familiares
irascibles, increpándote,
por no beber de una locura
en la que te sabes una pieza diminuta."

Pese al intento de distanciamiento, patente desde el primer verso (“De pronto el pijama puesto, el contrato / firmado”), el trabajador no puede evitar que la contemplación del miedo al dolor, del sufrimiento y de la muerte, presentes en todo aquello en lo que el poeta deposita la mirada (“solo el olor a sangre seca, / a desinfectantes, a yodo sobre heridas / recién cosidas”), excepto en una bella compañera con otro contrato de verano (”Un ángel”), le hagan tomar conciencia de la fragilidad de la existencia humana y lo acaben transformando, estableciéndose un sentimiento de participación afectiva con aquellos que sufren y “buscan / un destello que les calme la ansiedad / de estar vivos”:

"pero nadie te advierte que en este sitio los sueños
apenas se cumples, que no puedes cogerle
cariño al paciente porque en ese momento, justo en ese instante,
preguntas por él, que no vino hoy,
y alguien te dice
que ya no vendrá más:
su cama ya la ocupa otro enfermo."

Así, de una manera inevitable, el yo poético acaba poniéndose en el lugar de los enfermos y llega a tenerlos presentes en una noche como la de “Nochebuena”:

"A las once estaré en casa, con los míos,
habré dejado atrás la tela de araña
de los hospitales,
habré volado como un cernícalo sobre la llanura,
llevaré conmigo la voz
de los que quieren escapar
de los puntos de sutura y las paredes blancas,
de la frialdad del médico de guardia.”

Las horas dentro del hospital, “este viejo / animal que nunca duerme”, se vuelven más o menos llevaderas en tanto y en cuanto el celador desea

“Cruzar los campos, las ciudades, detenerme
donde el instante,
                               libre,
pida, reclame, respirar.                                       Saberme
dentro de cada gota de oxígeno,                        más vivo
que nunca,                                                           más despierto.”

En este sentido, su casa se revela como una auténtica Ítaca ala que regresa a diario: “La dureza del día termina con los pies en casa. / Todo resulta más sencillo, más dulce. / Quiero desconectar del trabajo, / olvidarme de cada escena.”
A la espera de que llegue la hora del regreso, la jornada laboral transcurre con lentitud y es la contemplación del exterior a través de los ventanales lo que lo mantiene unido a la vida. Así, en “Hojas en el suelo” se recrea en la belleza de un lento atardecer de otoño “que nos hace olvidar dónde estamos, el dolor que estas paredes / y estas camas guardan en su memoria, / el quejido que no cesa / como un lamento para luchar contra el daño, / para abrazar un frío siempre por llegar.”
Se trata, por tanto, de un poemario contundente e incisivo, rebosante de una autenticidad que, unida a un lirismo contenido pero efectivo (“Y huyo pasillo dentro, / bajo la luz artificial de los hospitales. / La noche / no ha hecho / más que arañar / los cristales / de la entrada y el recuerdo también huye / hacia fuera, / aunque las piernas queden dentro / atrapadas”), sabe pellizcar al lector en el estómago y sensibilizarlo ante el dolor ajeno sin necesidad de recrearse con morbosa delectación en lo más sórdido de la existencia humana:
“Postrada en la cama.
Más de tres meses casi en la misma posición,
llagas y escaras abren su cuerpo
hacia una carne podrida; ni sombra de lo que fue.
Llevamos hora y media quitando la piel muerta.
La auxiliar cabecea mareada
sobre mi hombro; el olor es insoportable.”

Este dolor ante el sufrimiento del otro se intensifica cuando se observa a los niños que “duermen en las incubadoras”, a la chica de dieciséis años de la habitación 207, al chico que aparenta dieciocho y que “se debate entre la vida o la muerte” o al niño de doce “que viene de la quimio”:
“y he visto de todo pero el dolor
en los pequeños quema aquí mismo,
en
        este
                   verso
                               que
                                       como
                                                   una
                                                            aguja
también se clava
en el brazo.”

El poeta, en definitiva, logra hacer partícipe a los lectores de esta visión a través de unos versos punzantes que no pueden ni deben dejarlos indiferentes.

viernes, 22 de febrero de 2013

Mascha Kaléko


Mascha Kaléko (Golda Nalka Aufen) nació en la Galitzia polaca en 1907. En 1918 se marchó a Berlín y durante el III Reich tuvo que exiliarse a EEUU y, posteriormente, a Israel. Murió en Zurich en 1975. Es una de las principales voces de la Nueva Objetividad, junto a Kästner, Ringelnatz o Tucholsky. Inmaculada Moreno ha traducido algunos de sus poemas al castellano bajo el título de Tres maneras de estar sola

LOS PRIMEROS AÑOS

Abandonada
por la noche me lancé
a una barca
y alcancé una orilla.
Contra la lluvia, me apoyé en las nubes.
Contra el viento airado, en colina de arena.
No se podía confiar en nada,
solo en la sorpresa.
Comí las frutas florecientes de la añoranza,
bebí del agua que da sed.
Extranjera, muda en regiones extrañas,
me helé de frío en los años lúgubres.
Como patria me elegí el amor.

(Traducción de Inmaculada Moreno, en Tres maneras de estar sola, Sevilla, Renacimiento, 2012)

miércoles, 20 de febrero de 2013

"Canciones del que no canta", de Mario Benedetti

Al leer en la prensa que se habían descubierto un par de poemas inéditos de Benedetti, me acordé de una reseña que preparé en 2007 sobre uno de los últimos libros publicados por el inmortal escritor uruguayo y que, al final, quedó sin publicar. Os la reproduzco ahora.

           
Hay autores a los que el lector se aproxima sabiendo que lo que va a encontrar no va a romper su universo de expectativas. Con 87 años y más de 80 libros publicados, Benedetti es uno de ellos. Su último libro, Canciones del que no canta, editado por Visor, es un buen ejemplo de un sabio hacer poético. De acuerdo que no estamos ante su mejor obra, pero se me antoja un libro imprescindible, en el que aparece un Mario Benedetti más centrado en su intimidad, pues es una confesión a media voz ante los fieles lectores sobre el vacío que ha dejado la muerte, hace doce meses, de Luz López Alegre, con la que ha compartido 60 años.
Desde este punto de partida reflexiona, cargado de emoción pero con la serenidad y madurez impuestas por los años, no solo sobre la pérdida de los seres queridos, sino también sobre la fragilidad de la vida o el paso inexorable del tiempo -temas recurrentes a lo largo de toda su dilatada producción poética-, para pasar a tomar conciencia tanto de la vejez como una verdad indeleble que va dejando una fría huella tanto en el rostro como en el alma como de la presencia continua de una muerte y de una soledad que se van colando por todos los resquicios de casa: “la campana se calló / y me esperan en la cama / sábana almohada y colchón” o “Cada vez que cumplo años / no estoy para festejos / entro conmigo en la soledad / y me pongo a escuchar / una aurícula cualquiera / que al menos por ahora / no dice basta”.
No obstante, desde una de las últimas vueltas del camino, Benedetti sigue confiando en el poder salvador del amor, capaz de provocar toda una catarsis espiritual, aunque lo que se ame sea una ausencia o, más concretamente, el recuerdo de una vida plena junto a su mujer: “Amar sin nadie / vaya cosa triste / sin nada que abrazar / sin Eva que nos abrace”.
Junto a este Benedetti más íntimo, convive -en las dos primeras partes del libro, “Canciones del que no canta” y “Sonetos con destino”- otro que no olvida el compromiso ético con el mundo que lo rodea y, así, en los versos son censurados algunos de los problemas del mundo actual: la avaricia, la violencia, la guerra, la mentira... Todas las miserias del hombre son fustigadas con ironía y sin tapujos, apostando siempre por la solidaridad, la dignidad del hombre y la justicia, como principios que deben regir la convivencia humana.
Aunque la estructura de los poemas se rija por la libertad, el poeta uruguayo acude en “Sonetos con destino” a la rígida estructura de la estrofa italiana, pero, eso sí, sin perder, en ningún momento, la espontaneidad expresiva al evocar el verano, el tango, la guerra, la memoria, la mentira que tejen los medios de comunicación, la lucha de clases, el poder del dinero... Cierra el conjunto con un soneto espléndido, “Soneto del invierno”, que adelanta el tono de las dos partes siguientes con un rotundo cierre: “de las cuatro ordenadas estaciones / el invierno ese erial de la tristeza / es un anuncio de la muerte tibia”.
En “De amor y de vida”, el tono se vuelve mucho más íntimo y existencialista. Desde el bello pórtico que es “De vez en cuando”, el poeta adelgaza su voz y se centra en las experiencias más íntimas. Los recuerdos invaden todo. Semejante camino de introspección debe estar construido sobre las dudas e inseguridades: “lo peor es cómo pesa / la maleta de las dudas / y que el implacable espejo / no perdone las arrugas”. Aborda una realidad marcada por la vejez y la soledad, con el amor como arma para luchar contra ellos, una vejez en la cual vuelve a las lecturas más recurrentes y, así, homenajea a una serie de escritores –Juan Rulfo, Machado, Vallejo, Neruda, Cortázar, Onetti, Kafka, Gelman, García Márquez, Proust- que han sido fieles compañeros de viaje durante décadas. De ellos dice: “Son mi vino / y cuando me desarmo y los encuentro / brindo con ellos en copa de letras”.
En “Más o menos”, en cambio, el tono es más reflexivo. Guiado por la brújula de la duda y la certeza, de cuya antitética conjunción nacen muchos de los mejores versos, comienza reflexionando de manera general sobre la brevedad de la vida, la soledad, la vejez... para, a continuación, aterrizar en su propia intimidad en poemas como “Hojas secas”, “Lágrimas”, “Recuerdos” o “Somos”, antes de cerrar el libro con dos bellísimas composiciones en las que de nuevo evoca los pequeños momentos vividos al lado de su mujer desaparecida: “pese a todo / apareció el alzheimer / esa enfermedad / misteriosa / tan maldita que me la / quitó sin más de entre los brazos / la cambió en otra imagen / en otra voz / otro cuerpo / otras manos”.
Canciones del que no canta condensa, en 90 poemas más un epílogo, despojados de adornos, directos y emocionantes, todo el cuaderno de bitácora de un escritor que teje, con la aguja de la melancolía, los recuerdos e inquietudes vividas y compartidas junto a su mujer, en una obra de emoción contenida y de una conmovedora reflexión sobre el paso del tiempo y la frágil caducidad de la existencia humana.

jueves, 14 de febrero de 2013

Crisis

Después de varios años atravesando el mismo parque a primeros de diciembre, ayer redescubrió el otoño y el tibio olor de las hojas al pisarlas.

Era una de las consecuencias de la crisis: el Ayuntamiento había reducido los servicios de limpieza.


lunes, 11 de febrero de 2013

www.machadoenbaeza.es



Con motivo del centenario del encuentro entre Antonio Machado y Baeza, se ha creado la completa e interesante página web http://machadoenbaeza.es/, en la que hay sitio para mi poema "Conversaciones con José durante un paseo por la costa", perteneciente a Los lugares públicos.


CONVERSACIONES CON JOSÉ DURANTE UN PASEO POR LA COSTA

El sol, por estas tierras,
no pone de oro el fondo de las fuentes,
ni siquiera de plata los recuerdos
que caen como caspa en mi chaqueta
y deshacen lo poco que me queda de España:
las siestas en el patio sevillano
de mi infancia,
los campos de Castilla de mi primer amor
-con el tiempo se muestra reincidente-,
la Baeza soñolienta
o el Madrid de mi hermano, mi Manuel,
de Mairena, los mítines,
las manifestaciones y entrevistas
de apoyo a la República.
Cómo envidio, José, a los pescadores
de estas casas, que viven
libres
de las preocupaciones que desangran los labios.
Se adhiere a las ventanas un salitre
que al mediodía baila en nuestros ojos
y sugiere que en el interior
amanece
con un olor a leche bien caliente,
y a bollería.
Te confieso, José, aunque no lo creas,
que necesito aproximarme
a una visión más cercana del mundo,
si quieres más humana y comprensiva,
que sepa valorarlo
en sus detalles más pequeños,
y que a nadie parecen importar,
que olvide que la vida, aunque nos cueste,
acostumbra a mostrarnos
nuestra parte más húmeda,
con una sensatez de cirujano,
ahondando en la sangre de los que ya se fueron
y de los que nos vamos ligeros de equipaje.

viernes, 8 de febrero de 2013

"El sol en la fruta", de Ioana Gruia, en Poemofilia





Os dejo una reseña que apareció el pasado lunes en el blog de crítica literaria Poemofilia sobre El sol en la fruta de Ioana Gruia, Premio Andalucía Joven de Poesía.

lunes, 4 de febrero de 2013

Las esquirlas de la luz. Aurelio Teno


La obra de Teno, caracterizada por una primigenia espiritualidad telúrica, idéntica a la que el propio Aurelio irradiaba, recrea, como la de ningún otro creador de Los Pedroches, una realidad mítica de poderosa energía, que brota de las grietas de la tierra que le enseñó a respirar, de la autenticidad de una mirada inquieta y reveladora y de la necesidad imperiosa de la fusión de materiales y emociones. No en vano, el artista nacido en El Soldado es capaz de establecer un fructífero diálogo con la madera, el metal, la piedra y los minerales nobles, confiriéndoles una nueva existencia. Cada golpe sobre ellos busca la forma simple de la que nace el misterio y hace saltar innumerables esquirlas que son en sí mismas la luz de un universo trágico y místico que, desde las entrañas de una tierra indómita y agreste, vuela por encima de nuestras existencias en una irrenunciable tendencia a lo extraordinario.

Teno no solo nos ha dejado como testimonio del hombre visceral que forjó las águilas, las princesas incas, los toros, los gallos o los monjes, sino que ha llegado a convertirse en un auténtico cincelador de paisajes con sus quijotes, con sus titanes, con su arcángel y, cómo no, con la reconstrucción del propio monasterio de Pedrique, ese espacio nutricio que él ha sabido arrebatar al abandono y al paso del tiempo, convirtiéndolo en estudio y enclave privilegiado donde encontrar la serenidad y el equilibrio. Aurelio ha perseguido en estas producciones ciclópeas la verticalidad de un cielo hecho a medida del hombre que crea bajo él y ha conseguido integrarlas de un modo magistral y armónico en la naturaleza, de la que han pasado a formar parte, como un elemento más, por la inmortal mano del artista.

Su muerte supone, pues, la desaparición del creador más universal de Los Pedroches que, aparte de  establecer un diálogo misterioso y alucinante con los materiales de sus creaciones hasta insuflarles una nueva vida, ha conseguido moldear cualquier paisaje, ya sea urbano o rural, y, lo que parece aún más sorprendente, nuestra propia mirada sobre el mismo, actuando como la lámpara que nos guía a través de la oscuridad hacia una realidad que nos supera y ante la que solo podemos asomarnos con la cautela del hombre que camina por las huellas que dejan testimonio de otro hombre capaz de mirar más allá del límite que alcanza nuestro ojo.